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Guerrerenses, quedémonos en casa; Dios nos quiere, pero el COVID no

“Al principio la Fe movía montañas, sólo cuando era absolutamente necesario”, escribió Augusto Monterroso, excepcional hondureño, distinguido con el Premio Príncipe de Asturias, en el año 2000. Hoy, las circunstancias de una pandemia desoladora, obligan a mover nuestro dogma hacia el interior de nuestra alma.

Ayer, el Gobierno de la Ciudad de México y la alcaldía de Gustavo A. Madero, llegaron a un acuerdo con la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) -el organismo colegial de los obispos católicos en el país- para que la Basílica de Guadalupe permanezca cerrada del 10 al 13 de diciembre próximo, y así evitar más contagios del coronavirus SARS-CoV-2 (que causa la enfermedad COVID-19).

A lo largo de la historia, la Basílica de Guadalupe ha cerrado sus puertas en al menos cuatro ocasiones. Una de ellas ocurrió durante la Guerra Cristera, en medio de una persecución religiosa en México. Otra fue cuando se decidió construir un nuevo templo en 1974, por lo tanto, la antigua sede eclesiástica cerró sus puertas durante varios años.

En el caso específico de Guerrero, el total de casos confirmados de COVID-19 se cifra en 23 mil 314 -hasta el 23 de noviembre y según datos oficiales de la Secretaría de Salud estatal-, mientras que el número de personas fallecidas es de 2 mil 442. Ante ello, el gobernador Héctor Astudillo anunció que quedan suspendidas todas las ferias tradicionales y celebraciones religiosas que contemplen la concentración masiva de personas, por considerarse “puntos de partida de mayores contagios”.

Dicha disposición, que fue publicada ayer lunes 23 de noviembre en el Diario Oficial del Estado -en el que también se ratificaron el resto de las medidas restrictivas ya existentes-, fue acordada junto con el Arzobispo Leopoldo González y los obispos de las diócesis ubicadas en todo el territorio guerrerense, entre ellas la de Chilpancingo-Chilapa.

La semana pasada, los liderazgos católicos ya habían dado a conocer la suspensión de las carreras guadalupanas, las posadas colectivas y las actividades masivas, que por usos y costumbres se realizaban durante la recepción del Año Nuevo. Y es que los guerrerenses debemos de estar prevenidos ante la llegada masiva de turistas en la temporada navideña.

Este martes 24 de noviembre, el diario de circulación nacional Reforma publicó una encuesta, en la que se encontró que el 54 por ciento de los mexicanos ya se acostumbró al SARS-CoV-2, y que trata de hacer su vida normal, mientras que el 42 por ciento ya no siente temor a contagiarse de COVID-19. Y en Acapulco lo vemos, como lo analice en este mismo espacio, la semana pasada.

A mediados de diciembre y parte de enero próximos, llegará una oleada de turistas -la mayor parte proveniente de la Ciudad de México- los cuales provocarán -de forma muy previsible- un aumento en el número de casos y de fallecimientos a causa del nuevo coronavirus. Esa es una realidad que no podemos ocultar, soslayar o maquillar, ni modo, aunque no se lea políticamente correcta.

Por eso invito, de forma muy respetuosa a los católicos guerrerenses, a la gran comunidad religiosa de Guerrero, a que sólo por este año hagamos un gran sacrificio -no tanto como el que hizo Jesús de Nazaret por nosotros-, y nos quedemos en nuestras casas a reflexionar y a orar por la Virgen y por su hijo, para así no afectar a más paisanos que de verdad la han pasado muy mal con el COVID-19.

Porque Dios no nos va a salvar a todos de una intubada “marca diablo”, y mucho menos si a esa condición llegamos por la inconsciencia de andar en fiestas, aunque estas sean religiosas y en honor de a quien le profesamos nuestra fe. Paisano, prenda una veladora en su casa y no sea usted la flama que provoque un incendio de contagios masivos que nos lleve al mismo infierno.

“Pero si sales de estos lugares oscuros y vuelves a ver las hermosas estrellas cuando te guste decir ‘yo estuve allí’, no te olvides de hablar de nosotros a la gente”, Dante Alighieri, en la ‘Divina comedia’.